Por qué hacerlo fácil…
No sé a ustedes, pero a mí me parece que existe una conjura cósmica, una especie de rebelión de los objetos que parecen decir: ¿Por qué hacerlo fácil cuando podemos hacerlo hacer difícil? Les pongo algunos casos. Antes había actividades que no entrañaban complicación alguna, como abrir un grifo. Se metía uno medio dormido en la ducha y sabía que una llave era para el agua caliente, otra para la fría; si giraba a la izquierda salía más agua, a la derecha menos, sencillísimo y elemental. Ahora en cambio (y la pesadilla se produce sobre todo en los hoteles) hay que hacer un curso de ingeniería para averiguar cómo funciona la grifería. Nada de abrir, cerrar, caliente, fría, vaya vulgaridad; se ha sustituido el sistema por un artilugio al que llaman mando inteligente que, supuestamente, sirve para todo. Solo que no sabes nunca cómo se activa empiezas a trastear y si lo giras, pongamos que a la izquierda, va y te cae una catarata de agua en la cabeza (helada, por supuesto). O, si no, se activan unos chorritos laterales potentísimos que no sirven más que para congelar salva sea la parte. Todo esto, por supuesto, si tenemos la suerte de que salga una sola gota de agua, porque muchas veces el diabólico invento solo se activa si se pulsa un botón de “start”, que por supuesto sin gafas y con el cabreo es imposible de encontrar. Otro misterio insondable es cómo se ha complicado el asunto de destapar un bote de vitaminas, pongamos por caso, o un enjuague bucal. Sí, vale, ya sé que es un sistema de seguridad para que no lo abran los niños. Pero tampoco lo abre un adulto. A menos que sea Houdini. ¿Y qué me dicen de la pelea que hay que mantener a la hora de instalar una sillita de bebé en la parte trasera del coche o plegar un carrito de niño de esos súper atómicos que cuestan un pastón? Más de una abuela (o abuelo, o incluso padre) he visto yo a punto de hacerse el harakiri en el parking de un supermercado: El nene -o los nenes- corriendo entre los coches mientras el esforzado ancestro se desespera tratando de averiguar cómo rayos se despliega el condenado artefacto. Otro momento complicado es poner la tele. Antes uno encendía y cambiaba de canal, tan campante. Ahora no. La oferta es tan vasta, hay tantas plataformas, sesenta mil canales, juegos on line, etcétera, etcétera, que también hay que hacer un curso de ingeniería para poner las noticias. En mi caso, por ejemplo, cada vez que voy a casa de mis hijas, si no tengo a mano a alguno de mis nietos para que me auxilie acabo viendo la televisión galesa o Al Jazeera. Porque esa es otra. ¿Cómo es posible que un niño ¡de tres años! no tenga la menor dificultad en poner en marcha la mayoría de los cacharros antes mencionados y yo sí? Sé que la respuesta a tal enigma es que él es nativo digital, pero no me consuela. Sigo pensando que existe una conjura para complicarlo todo innecesariamente. Para mí, esto se debe a que ahora las cosas sirven para mil cosas y, por tanto al final no sirven para la función primordial para la que fueron creadas. Una ducha no es para ducharse. No, qué va, vaya aburrimiento, sirve para darse masajes/baños de vapor/de ozono y no sé cuantas funciones utilííísimas más (sobre todo a las ocho de la mañana cuando llega uno tarde al trabajo). El carrito de bebé que antes era para trasportar al rorro ahora resulta que se ha convertido en una especie de navaja suiza de esas que tienen de todo: sacacorchos, tijeras, destornillador, serrucho, lima de uñas, lupa, punzón, mondadientes… Y está muy bien, y supongo que los fabricantes justifican así que cueste como un Ferrari. ¿Pero qué pasa con la función primordial? ¿No eran más operativas aquellas sillitas de loneta que se plegaban como un paraguas y cabían en cualquier parte? Ya sé que una vez más pensarán ustedes que soy un fósil del pasado, y por supuesto tienen razón. Pero a veces me pregunto si no nos estaremos complicado innecesariamente la vida con tantos artefactos. Y hablando de artefactos que sirven para todo menos para lo que han sido concebidos, disculpen, pero me está sonando el móvil. ¡Sí, como lo oyen! No es un WhatsApp ni una alerta de Google, ni el aviso de una transacción bancaria, es una llamada de las de antes, de las de ring-ring. Como comprenderán no puedo desaprovechar la ocasión de hablar con otro ser humano, y cruzaré los dedos para que ese ser humano no sea un comercial que quiere venderme algo. Últimamente son los únicos que me llaman.
Este barullo en lo cotidiano, se debe a que el homo sapiens es una especie con una innata tendencia a complicarlo todo, más en estos tiempos donde se confunde con demasiada facilidad «simplicidad» (cualidad de ser simple, sin complicación – RAE), con «simpleza» (falta de inteligencia, bobería, necedad – RAE). Incluso en nuestro lenguaje coloquial ser «simplista» tiene una connotación negativa, cuando en realidad significa «que simplifica o tiende a simplificar» y esto es tremendamente positivo y útil, ya que un buen antídoto contra la complejidad innecesaria, es el sentido común. Con el afán de complicar innecesariamente el lenguaje, se puede caer en la superficialidad. Ya en la cultura modernista, la denominada fantástica, los dos cauces más importantes de exploración de lo irracional, son la literatura onírica y la poetización de la realidad. Ciñéndonos al ámbito político, ser de izquierdas es lo mismo que ser progresista, cuando progresista es un individuo de avanzadas ideas liberales (RAE). Malos tiempos para la política, cuando las definiciones se complican hasta el punto de que muchos prefieren que les diferencien a que les definan. El 15M, trajo consigo la defensa de todas las causas, el buenismo. Ser un «woke», otro enredo más. Gracias y saludos,
Hablando de complicarlo todo, cualquier día me voy a encontrar la filosofía de las patatas en los comentarios. Un saludo
Sus artículos tienen un sentido filosófico evidente, porque invitan a pensar. Como se suele decir, hay tomarse la vida con filosofía, que significa tener paciencia, aguantar… En el fondo, una frase emparentada con el estoicismo (una escuela filosófica). La filosofía práctica, la de andar por casa, mezcla algunas ideas estoicas con otras epicúreas (pertenecientes al movimiento filosófico epicureismo). A ver si entre todos conseguimos tomarnos la vida con un poco más de filosofía. Mantener el pensamiento vigilante, atento, crítico. Ser consciente de aquello por lo que NO merece la pena preocuparse. Eliminar el miedo, erradicándolo de tu corazón. 1 Juan 4:18-21 – «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero. Si alguno dice: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: «El que ama a Dios, ame también a su hermano». En definitiva, el odio es irracional y destructivo, el rencor es un sentimiento que envenena. Gracias y saludos,