Puertas al campo
Durante mucho tiempo me he resistido a escribir un artículo sobre este tema. Me refiero a la necesidad de regular los derechos sobre la propiedad intelectual ahora que las nuevas tecnologías permiten el acceso gratuito a muchas formas de creación a través de Internet. Me refiero, claro está, a la música, al cine y por supuesto también a la literatura. Si no me he manifestado antes acerca de un tema que me afecta tan directamente, es porque, cuando escribo sobre el asunto que sea, procuro mantener una actitud lo más ecuánime posible y comprender el punto de vista de todas las partes implicadas. Por eso comprendo a los internautas cuando argumentan que es imposible ponerle puertas al campo y que los contenidos que se cuelgan en la red están, de hecho y nos guste o no, disponibles para cualquiera. Pero, por esa misma regla de tres, me gustaría que ellos comprendieran también lo que significa para nosotros, esta nueva situación que no ha hecho más que empezar. Es muy posible que, con esa facilidad que tenemos todos para justificar nuestras actitudes más egoístas, muchos de los usuarios de Internet piensen que los que escriben, hacen cine o música son ricos y famosos y total, robar a un rico para dárselo a los pobres está más que justificado. A esto habría que argumentar, por increíble que parezca, que de la venta de un libro un escritor solo percibe el diez por ciento de su precio. De modo que si un libro vale 20 euros a nosotros nos corresponden 2, así que ya ven ustedes lo ricos que podemos ser. En cuanto a lo de famosos, son muchos los que deben pensar que los escritores tenemos un ego desmesurado y por tanto no nos importa trabajar gratis o simplemente por “la gloria”. Ni se imaginan la cantidad de veces que nos piden que demos una conferencia gratis (total, si es hablar un ratito de lo tuyo) que escribamos un prólogo (total, si son solo diez folios) o que seamos jurado de un premio literario (total, solo tienes que leerte ocho novelitas de nada…). Y a esto se suman ahora los argumentos de los internautas. Según ellos, deberíamos estar agradecidos de que millones de personas tengan acceso gratis a nuestro trabajo. Como si uno viviera del ego, por muy desmesurado que lo tenga. Pero el ego no paga la luz, ni el teléfono, ni la factura del médico ni el resto de gastos que tenemos como todo bicho viviente. Porque nuestro trabajo no es más digno pero tampoco menos que el del dueño de la tienda de ultramarinos, el abogado, el peluquero o cualquier otro trabajador o profesional con el que uno se relaciona de modo habitual. Y, que yo sepa, de ninguno de ellos se espera que trabajen gratis “o por la gloria”. Por todo esto creo que necesario desmontar los tópicos que existen sobre los creadores. No, no somos espíritus puros; no, no vivimos del aire y sí, nos gusta que se respete nuestro trabajo. Por eso, también, yo estoy de acuerdo con iniciativas como las que están poniendo en marcha CEDRO y otras entidades para intentar proteger la propiedad intelectual. La demagogia fácil es decir que si se pone un canon a las descargas es tanto como presuponer que todo el mundo se está bajando ilegalmente contenidos. Pero dejemos de ser hipócritas; todos sabemos que, con más justificación y con menos, con más asiduidad o con menos no hay nadie que no lo haga. Lo que está claro es que existe un problema nuevo y éste requiere soluciones nuevas. Ya sé que es muy difícil ponerle puertas al campo, pero sé también que, desde los tiempos en que el ser humano era nómada y campaba a sus anchas se han inventado muchas maneras de vallar los campos y proteger lo que es de cada uno. Desconozco cual es la solución ideal, pero sí sé que ésta pasa, primero, porque se conozca cuál es el daño que se produce, y luego, por conseguir que todos acordemos ceder un poco. Los dueños de los motores de búsqueda, los usuarios y también nosotros, por supuesto. Y es que Internet es un nuevo mundo que, como todos los nuevos mundos, nace como territorio sin ley. De momento rige la piratería, el abuso y la ley del más fuerte. Pero hay que ponerle coto, porque en eso consiste la civilización, y también la convivencia.