¿Qué fue de los viejos de la manada?
Hace sesenta y cuatro años William Golding aterró al mundo con su novela El señor de las moscas. En ella se cuenta la historia de un grupo de niños solos en una isla desierta y cómo, alejados de la civilización, se convierten poco a poco en salvajes hasta llegar a cazar y matarse entre ellos. Esta fábula se ha leído siempre como parábola de lo que ocurre cuando se pierden las referencias y se obvian las normas que hemos ido dándonos para conformar eso que llamamos sociedad. Hace poco, sin embargo, una amiga uruguaya me hizo ver esta misma situación desde un punto de vista distinto pero igualmente inquietante. Recordaba ella que años atrás en el parque Kruger de Sudáfrica se produjo la siguiente situación. Para repoblar una zona del parque en la que no había elefantes se trasladaron cuarenta ejemplares jóvenes. Poco después se descubrió que estos animales se habían vuelto muy violentos y habían atacado a turistas y a sus propios congéneres. Introdujeron en esa manada elefantes viejos y la violencia se redujo hasta desaparecer. ¿Qué había ocurrido? Simplemente que la agresividad de los jóvenes en plena explosión de testosterona no tenía como antídoto la jerarquía y el ejemplo que proporcionaban los viejos. Este experimento se relacionó con otra observación similar, esta vez con seres humanos como protagonistas. Se ha estudiado, por ejemplo, que las tribus que logran sobrevivir mejor a las sequias que con tanta frecuencia asolan África son las que tienen más integrantes de edad. En este caso, la experiencia de los años sirve para buscar agua o alimentos pero también para mantener el orden y la concordia en situaciones difíciles. Todo esto hizo reflexionar a mi amiga sobre algo que seguramente ustedes han pensado también. ¿No será que esta sociedad nuestra, adoradora de la juventud, en la que los viejos imitan a los jóvenes y no al revés como antes ocurría se está quedando huérfana de algo fundamental? ¿No será que en el altar de la eterna juventud regido por “mi edad no está en mi DNI sino en mi espíritu, etcétera” estamos sacrificando un papel que es fundamental en la sociedad? El de guía, el de referencia, el de la experiencia. Posiblemente la situación no sería tan grave si los viejos (y digo la palabra con toda intención, ya basta de eufemismos tontos), además de abdicar de nuestro rol, no estuviéramos adoptando además el comportamiento infantiloide imperante. Ahora lo guay es ser espontáneo, trasgresor, impulsivo y eso está muy bien en un joven. Pero los jóvenes no necesitan que los imitemos. Necesitan más bien referentes, modelos y difícilmente puede uno ser modelo de nada si se comporta como un quinceañero. Hay quien piensa aún que ser padre consiste en convertirse en colega de sus hijos. Recuerdo que cuando mis hijas eran pequeñas me preguntaban en entrevistas si yo era su mejor amiga, a lo que yo respondía que no, que era su madre, que me parecía más importante. Me granjeé tremenda fama de madrastra entre los entrevistadores de revistas del cuore, pero me dio igual. Sigo creyendo que no ayudamos a nuestros hijos cuando nos ponemos a su altura, porque ellos necesitan mirar hacia arriba y no hacia el costado y mucho menos hacia abajo. En la novela de Golding, los niños convertidos en salvajes comienzan adorar y a temer a una cabeza de jabalí ensangrentada y llena de moscas. A falta de otros modelos, convirtieron al Señor de las moscas en su referente. ¿No estará pasando lo mismo con nuestros jóvenes? Así parece sugerir lo que uno lee a diario. Niños que violan a niños, bulling, acoso, burla… Eso por no mencionar comportamientos que todos ya damos por buenos como hablar mal a los padres, a los maestros, faltas de respeto, desobediencia y caprichos sin fin. Hay quien piensa que poner coto a ciertas conductas es coartar libertades. Yo en cambio me pregunto si no estaremos haciendo un flaco favor a las generaciones venideras abdicando de lo que siempre ha sido responsabilidad de los viejos de la manada: servir de guía, de muro de protección y también, por qué no, de contención.
Totalmente de acuerdo con el artículo! Una estupenda reflexión que comparto. Yo digo muchas veces que esta sociedad está perdiendo el referente de los mayores, es más, en muchos casos se los abandona y se les olvida fácilmente. Tremendo error. Muy cierto lo de “La experiencia es un grado”
Muchas gracias Almudena por tu comentario. Me alegra saber que coincidimos
Un beso grande
Carmen Posadas
Menos mal que aún queda alguien con sentido común!!! Me alegra mucho leerte!!! Ojalá lo hicieran más personas, pero un porcentaje muy alto está viendo la televisión, que idiotiza y hace a la gente de todo menos educada y con valores.
Muchas gracias Noelia por tu comentario!
Espero que te sigan gustando mis artículos y los podamos comentar
Un saludo
Carmen Posadas
Ahora se pierde la experiencia de los mayores. Un saludo.