Reseña El testigo invisible en lalibreriadejavier.com
Después de varios libros que se han convertido en grandes éxitos de ventas, vuelve Carmen Posadas con Testigo invisible, una novela de corte histórico basada en los últimos zares y la revolución bolchevique. La popular escritora madrileña, autora de La Bella Otero o Invitación a un asesinato, nos sorprende con una increíble historia basada en los Romanov donde mezcla historia y ficción en una trama absorbente y nostálgica.
De la experta mano de la autora, los escenarios de la tragedia de los Romanov cobran vida hasta convertirse casi en unos personajes más de esta honda historia. La felicidad y la desgracia van unidas a palacios y casas concretas. A medida que la desgracia se va cebando en la vida de los protagonistas, los lugares son cada vez más incómodos y sórdidos. Hasta llegar al último, el peor, donde son asesinados. La autora nos los describe con fuerza y realismo, como marco perfecto de las andanzas de personajes abandonados a su suerte, cada vez más desvalidos, tierna, dolorosamente patéticos porque en ningún momento parecen sospechar el final que los aguarda.
Desde los palacios de Aleksandr y Catalina, hasta la casa de Tobolsk y el último escenario, la llamada Casa de Propósito Especial, el entorno parece adaptarse a sus vivencias, envolviéndolos con un manto cada vez más oscuro, lleno de malos augurios.
La conmovedora novela de Carmen Posadas transcurre en dos líneas narrativas, espaciales y temporales, distintas, montadas alternativamente: el pasado, relato de los seis años que Leonid convivió con la familia imperial, y el presente, en el que el anciano Leonid, postrado en la cama de un hospital, escribe para dar a conocer al mundo su verdad. El viejo coteja los documentos históricos que han llegado a él con sus recuerdos, y así es como, en un armonioso crescendo, la novela va tomando cuerpo. Muchos capítulos se basan en un documento concreto, que la autora cita y que sirve de punto de partida. Una y otra vez, Posadas enmarca la ficción en los hechos históricos sin que se resientan la una y los otros. Lo imaginado y lo que en verdad ocurrió se integran en un todo bello y emotivo, sin fisuras, apoyado en un estilo vivo y directo.
El principio y el final están conectados en algunos de los más memorables pasajes:
Tras una pequeña introducción del autor, en la que nos cuenta su propósito, la novela comienza con el relato del verdugo, Yakob Yurovski, que narra el asesinato de la familia imperial y sus criados, es decir el final de la narración. El lector sabe desde el principio cómo termina la historia. Pero la autora se guarda un as bajo la manga, un último efecto que solo se desvelará en las últimas páginas, lo que hace que el lector continúe pendiente de la lectura, intrigado por su desarrollo y su final.
La primera y la última vez que Leonid ve a las grandes duquesitas está escondido, atisbando sin ser visto. La primera las observa felices, en toda su plenitud, y la última aterrada, en el momento de su muerte. Y contempla sobre todo a María, de quien finalmente está enamorado y a quien en el último momento tiene la esperanza de poder salvar.
Leonid muere el mismo día que María, en 1994, setenta y seis años después.
En este soberbio relato se mezclan dos tipos de personajes: los históricos y los de ficción. Ambos conviven y se relacionan de forma magistral, en una singular mezcla de imaginación y exposición de hechos documentados cuyo resultado es un magnífico fresco en el que se puede leer la historia y la intrahistoria de esos seis años que condujeron a la revolución y a la muerte de la familia imperial.
Argumento
Leonid Sednev, un hombre de noventa y dos años, enfermo en un hospital de Montevideo y consciente de la proximidad de su muerte, nos cuenta los seis años más importantes de su vida, los que van de 1912 a 1918.
En 1912, a punto de cumplir los diez años, Leonid Sedned pasa a formar parte de «las huestes de deshollinadores imperiales» del palacio Aleksandr, donde vivían los zares de todas las Rusias con sus hijos. El cometido de estos muchachos, los llamados water babys, era limpiar los rescoldos de las estufas en las habitaciones, para lo cual debían introducirse en unos conductos por los que no cabía el cuerpo de un adulto, de ahí que todos los integrantes de este «pequeño ejército de servidores» fueran niños. El pequeño Leonid queda fascinado por el mundo que descubre, para él inalcanzable. En su calidad de «invisible» (siempre escondido en los conductos de las estufas), es testigo de primera mano: oirá conversaciones y presenciará escenas que más tarde pasarán a formar parte de la historia.
Los dos primeros años, hasta la Primera Guerra Mundial, son felices e instructivos. Acompañado siempre por su fiel amigo Iuri, un enano que, dado su pequeño tamaño, sigue siendo water baby a pesar de su edad, Leonid recorre el palacio, escucha conversaciones y aprende a vivir entre grandes señores.
Las hijas del zar le fascinan: la primera vez que las ve lo hace desde su escondite, a través de la rejilla de una de las estufas. Están dando su clase de francés y le parecen traviesas, alegres y encantadoras. Al principio son inalcanzables para él, que tiene que limitarse a admirarlas oculto tras las estufas. Con el tiempo se enamorará de una de ellas, Tatiana. Será un amor imposible, secreto.
Leonid asiste a una de las peores crisis de hemofilia que sufre el zarévich, crisis que, según él, resultaría determinante pues el pequeño mejora gracias a la providencial intervención de Rasputín, con quien la zarina inicia una amistad que escandalizará a todos en Rusia.
El comienzo de la Primera Guerra Mundial marca un punto de inflexión y es el inicio del declive, el principio del desastre.
Cuando el zar decide marchar al frente en contra de la opinión de sus consejeros, la zarina y Rasputín hacen y deshacen a su antojo, ganándose así las iras de todos debido a sus desacertadas decisiones y equivocados nombramientos.
A medida que la guerra avanza las noticias van empeorando. En las calles cunden el hambre y la desesperación, el pueblo clama contra la guerra y, sobre todo, contra Rasputín y la zarina, a quien llaman «la alemana», porque se dice que está de parte del enemigo.
En medio de todo este caos, la vida de Leonid sufre un cambio. Su tía Nina le dice en una carta que su madre se está muriendo y el muchacho decide ir a su casa. No le resulta fácil conseguir permiso, pero al fin lo obtiene y parte a San Petersburgo. Allí, la noche de la muerte de su madre, Leonid es testigo de una escena singular: sale a dar un paseo y ve desde lejos a tres hombres tirando un bulto al río. Más tarde descubrirá que lo que arrojaban al río era el cadáver de Rasputín.
A partir de aquí los acontecimientos se precipitan y tres meses después de la muerte de Rasputín estalla la revolución.
Durante un tiempo el zar, que continúa en el frente, se niega a aceptar la gravedad de los acontecimientos; finalmente es obligado a abdicar y regresa al palacio, pero ya es demasiado tarde.
Las cosas cambian mucho en palacio. El protocolo ya no es tan rígido y cada vez va siéndolo menos, de manera que nuestro protagonista ahora puede disfrutar de una mayor intimidad con las princesas y con el zarévich, que dejan de ser inalcanzables figuras lejanas para convertirse en seres humanos, verdaderos compañeros de fatigas.
Y empieza el peregrinaje. Por orden de Kerenski son trasladados a Siberia, a Tobolsk, a una casa en la que prácticamente viven prisioneros. De este modo, la relación entre la familia imperial y los criados se estrecha aún más. Cae Kerenski, se endurece la revolución, y cada nuevo comisario que llega para vigilarlos es peor que el anterior. Las condiciones de vida de la familia y de los pocos criados que van quedando con ellos empeoran sin remedio.
El acto final comienza con la partida de Tobolsk y el traslado de los zares y unos pocos criados (entre los que se encuentra Leonid) a Ekaterimburgo, a la llamada Casa de Propósito Especial, que será el escenario del trágico desenlace.
Leonid se enamora de una de las princesas, María, y siente curiosidad por ver qué dice de él en su diario, de modo que se lo roba para leerlo. Ese mismo día, Yurovski, el nuevo comisario, le dice que se marche. Con ese acto le salva la vida, pues esa noche la familia imperial y los criados que con ellos permanecen son asesinados.
Al verse obligado a abandonar la casa a toda prisa, no tiene oportunidad de dejar el diario en su sitio, de modo que decide regresar para devolverlo antes de que su dueña lo eche en falta. Regresa de noche y desde una ventana es testigo de la muerte de toda la familia y de los criados.
Después de esta revelación el anciano Leonid muere en el hospital de Montevideo. Antes de morir le dice a la enfermera que lo ha cuidado en el hospital que se le entregue sus memorias a una periodista que se encargará de publicarlas.
El trabajo de investigación llevado a cabo por la autora es magnífico. Con mano maestra maneja su amplia documentación para conseguir que una historia de ficción se inserte en la realidad de forma tan verosímil que casi sea imposible llegar a distinguirlas. Para el lector, Leonid, Iuri y tía Nina son tan reales como lo fueron los propios zares, las grandes duquesas o Rasputín.
fuente: lalibreriadejavier.com