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Reseña sobre ´El testigo invisible´ en eltiempo.com

En “El testigo invisible”, escritora Carmen Posadas recrea caída de la familia real rusa, en 1918.

Cuando los verdugos de la familia real rusa entraron a asesinar a sus miembros la noche del 17 de julio de 1918, vieron sorprendidos que, mientras los hombres Romanov caían, las mujeres no morían. El enigma se resolvió cuando descubrieron que ellas guardaban cosidas a sus corsés, bajo sus vestidos, una gran cantidad de joyas preciosas que ejercían de escudo y que detenían las balas.

“Durante las largas horas de cautiverio, todas las joyas que las mujeres de la familia habían conseguido sacar de San Petersburgo las habían cosido a su ropa con la esperanza de que si se salvaban contarían con algo de dinero para su vida futura”, anota la escritora uruguaya Carmen Posadas, en diálogo con EL TIEMPO.
El ocaso de la dinastía Romanov es precisamente el tema que aborda la autora radicada en España en su nueva novela, El testigo invisible, en la que además revela un hecho histórico desconocido: los servicios de inteligencia británicos estuvieron detrás del asesinato de Rasputín.

Archivos desclasificados

Posadas explica que gracias a la desclasificación de documentos históricos se encontró con que los servicios secretos británicos teledirigieron el atentado que se iba a cometer contra el mítico monje.
“Los ingleses tenían miedo de que los rusos se salieran de la (Primera) guerra, pues los alemanes –que los atacaban– se irían contra el frente aliado, lo que obligaría a que perdieran la contienda. Por eso tenían que mantener al zar y Rasputín era muy contrario a la guerra, así que los servicios secretos apoyaron la conjura en su contra. Existe un documento en el que el asesino directo de Rasputín informa a sus superiores que ya ha cumplido la misión”, comenta Posadas.
Sin embargo, la autora le contó a este diario que su interés primordial era “mostrar los personajes en su dimensión humana, con sus luces y sombras”, más que el hecho histórico como tal.

Para ello, Posadas se encontró con el testimonio del único sobreviviente de la matanza de los Romanov, un niño que hacía las funciones de deshollinador de las chimeneas del palacio y quien también ayudaba en la cocina.
“Se sabe que luego de haber sido despedido, él se alistó en el Ejército Blanco y luchó contra los bolcheviques –agrega la novelista–, y después hay dos teorías: que murió en las purgas de Stalin y que se fue a Suramérica”.
De este último hecho se vale la autora para crear el contrapunto narrativo de la novela con la voz del niño testigo, pero también de él a los 92 años, antes de morir en Uruguay, guiño de Posadas a su patria natal.

“Los niños como narradores le aportan a la historia ternura y verosimilitud, pero si uno se pone en la piel de un niño, hay una cantidad de reflexiones que ellos no pueden hacer. Pero si ese mismo personaje se convierte en un viejo, entonces tienes lo mejor del narrador infantil y lo mejor de un narrador adulto”, explica la autora, quien en su juventud vivió en Rusia, debido al trabajo diplomático de su padre.
“Esta era una asignatura pendiente que yo tenía con Rusia, país al que cuando uno llega se asombra primero, luego se aterra y por fin se fascina –anota Posadas–. Siempre he pensado que (León) Tolstói y (Fiódor)Dostoievski solo tenían que mirar un poco a su alrededor. Los rusos son un pueblo lleno de pasión, capaces de todo lo mejor y de todo lo peor. Y en un momento tan sensible como la revolución, todo se multiplicó por cien”.

Para esta novela, la uruguaya se desplazó hasta San Petersburgo, donde tuvo acceso a los diarios de las duquesas y a otros documentos históricos para recrear la vida de los protagonistas.

“Algo que me llamó la atención de esta historia es que todos estaban llenos de buenas intenciones. El zar era un hombre que adoraba a su pueblo, que fue un padre de familia ejemplar, un marido perfecto, y sin embargo todo lo hizo mal. La zarina también adoraba a su familia, hubiera dado su vida por el pueblo ruso, pero era de una gran timidez, lo que la aislaba de la gente y hacía creer que era soberbia y antipática”, concluye Posadas, cuyos libros han sido traducidos a 23 idiomas y se han publicado en más de 40 países.

Pequeño homenaje a su país

Aunque está radicada en Madrid desde 1965, Carmen Posadas (Montevideo, 1953) guarda un especial cariño por su patria natal, a la que rinde homenaje en esta novela, al tener conexión con Rusia. “Allá hay un pueblo, en el norte del país, a donde llegó por esa misma época una gran inmigración rusa y hasta el día de hoy siguen manteniendo las costumbres, hablan ruso, incluso las casas son de madera pintaditas, como si estuvieras en la estepa siberiana. Es la única licencia que me he tomado para poder contar la historia desde todos los ángulos: desde el narrador adulto y del niño”, asegura la escritora.

fuente: eltiempo.com

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