Seamos chauvinistas
Llevo muchos años viviendo en España, mis hijas son españolas, mi marido también lo era y adoro este país. Sin embargo, los que no hemos nacido aquí, conservamos, por lo general, una mirada un tanto más distante, la misma, por ejemplo que tiene un viajero y que le facilita observar cosas que los locales raramente ven. En literatura, por ejemplo, esta mirada ha producido páginas tan extraordinarias como certeras y, siempre que el viajero-escritor sea honesto y falto de prejuicios, acaban resultando el mejor retrato que se puede tener de un país y sus gentes. Es con esta clase de mirada que me atrevo a afirmar que el aire de derrota que se ha instaurado últimamente en España, el desencanto general y esos golpes de pecho que se traducen en frases como “este país no tiene arreglo”, “nos merecemos todo lo que nos pasa” o “somos un desastre”, no están justificados en absoluto. Las Navidades pasadas, una marca de productos cárnicos tuvo un éxito inusitado con un spot televisivo en el que un viejo payaso encarnado por Fofito Aragón paseaba por las calles de una ciudad en busca de razones para ser optimista. El anuncio, en el que aparecían personajes muy conocidos del mundo del espectáculo, el deporte o la cultura, que daban múltiples razones para sentirse orgullosos de este país, alcanzó en un solo día un millón de visitas en internet y va ahora por los cinco millones. He estado revisando los comentarios que suscitó en las redes sociales y no todos son positivos, al contrario. “Los que sacan este spot no tienen respeto por las personas que están sufriendo” dice uno y un segundo opina: “La situación actual no invita a los chistes, es simplemente humillante”; por fin otro, después de quejarse de que se utilice la figura de un payaso para enumerar lo positivo que tiene España, sentencia: “Una burla estúpida, solo faltaba Bardem”.
¿Qué tiene de malo, me pregunto yo, hablar bien de este país? Y aquí hago, por cierto, un paréntesis para preguntarme por qué tantísimas personas se refieren a España como “este país?” ¿Qué evita que se le llame nuestro país o nuestra tierra o mejor aún nuestra patria? En fin, este es otro de los misterios que los que no hemos nacido aquí difícilmente llegamos a entender. Volviendo al tema del anuncio y su buena idea de recordarnos que hay muchas y variadas razones para sentirse optimistas y más aún orgullosos de nuestra patria, me gustaría ir un paso más allá que los creativos que idearon spot tan esperanzador. Y decir que no solo hay razones para sentirse orgullosos de lo que somos y de lo que significamos en el mundo sino que ya va siendo hora de dar un paso más y empezar a ser chauvinistas. La mayoría de los países los son, y les va muy bien siéndolo. Tal vez los maestros en esto de considerarse los mejores son los ingleses. ¿Saben el chiste que se cuenta para ilustrar su chauvinismo y que por lo visto está basado en un hecho real? Dicen que en una ocasión The Times de Londres tituló a dos columnas: “Niebla en el canal de la Mancha, el continente aislado”. Pero no son ellos los únicos que hacen gala de este rasgo de carácter que el diccionario de Real Academia define como “exaltación exagerada de lo nacional”. Los franceses, por ejemplo, están tan orgullosos de ser hijos de La France que extienden tan gran honor a otros que no lo son pero, según ellos, merecerían serlo. Así, personajes como Picasso, Miró, Gardel y no pocos intelectuales polacos, rusos, húngaros o checos se han convertido en franceses para el resto del mundo. Los italianos, por su parte, extienden la italianidad a muchos campos. Gracias a que han sido puerta de entrada en Europa de productos traídos de los lugares más remotos como la seda o la pasta, saben cómo embellecer y hacer suyo lo que viene de otros sitios. No sorprende por tanto que, a veces, productos nuestros como el vino y el aceite, después de pasar por un muy conveniente proceso de embellecimiento y rediseño, aparezcan en los mercados internacionales convertidos en productos Made in Italy. En cuanto a los Estados Unidos, el sano orgullo de ser americano es uno de los rasgos más destacado de su gente. Desde pequeños a los niños se les enseña a amar su tierra y a venerar su bandera, lo que me recuerda, por cierto, que aquí en España lo único capaz aglutinar al país entero alrededor de sus colores y corear “yo soy español, español, español” fue un campeonato de fútbol. Son estos melindres a llamar las cosas por su nombre, producto, por cierto de viejos y ya completamente estúpidos prejuicios, los que hacen que los españoles no se sientan justificadamente orgullosos de lo que son. Un gran país que logró en el pasado una de las hazañas más extraordinarias de la humanidad, dejar su impronta y dar referentes culturales y espirituales a casi un quinto de la superficie del planeta. No quiero ni pensar el pisto que se daría cualquier otro pueblo si tuviera en su haber esta gesta. Un país también que, en tiempos más recientes, ha sabido pasar página de una guerra fratricida y dar un gran salto a la modernidad. Con sus errores, qué duda cabe, con sus miserias incluso, y con no pocas infamias que todos querríamos no existieran, pero que deberían ser no un lastre, sino un acicate, no un motivo para darse golpes de pecho y repetir “somos un desastre” como un mantra, sino todo lo contrario. Tal como hacen otros pueblos, utilizar lo que está pasando como revulsivo para afirmar con convicción que de esta saldremos reforzados porque somos un gran país y así lo hemos demostrado en circunstancias históricas infinitamente más adversas que las de ahora. Por eso, yo hoy me atrevería a ir aún un paso más allá y decir: seamos chauvinistas. No solo porque está plenamente justificado estar orgullosos de lo que somos sino porque creerse grandes es el primer (y casi obligado) paso para volver a serlo.
Serà porque Espanya nunca ha sabido aglutinar y hacer suyas TODAS las culturas que existen dentro del Estado ????