Te escucho pero no te oigo
¿Se han fijado? Ya nadie utiliza el verbo “oír”; ahora todo el mundo escucha. ¿Estás ahí?, ¿me escuchas? ¿Se escucha bien? No, no te escucho… Al principio me pareció uno más de esos errores de lenguaje que de pronto y sin que uno se dé cuenta se instalan en nuestras vidas como el queísmo o el dequeísmo o decir “delante mía / mío” en vez de delante de mí. Ahora en cambio pienso que es una metáfora inversa de los tiempos que vivimos. Como recordarán de nuestra época colegial, oír significa percibir con el oído sonidos mientras que escuchar es prestar atención a lo que se oye. Por tanto la diferencia entre ambas acciones tiene que ver con la predisposición y con la voluntad. Espléndido, dirán ustedes, según este razonamiento ahora todo el mundo se dedica a escuchar, verbo amable, atento y compasivo donde los haya. Y sí, todo el mundo escucha, pero como nadie oye ya me contarán de qué sirve. Vivimos bombardeados por sonidos. La gente oye música a un volumen tal que en ocasiones llega a marcar 2,3 en la escala de Richter (véase el caso de los conciertos de Taylor Swift). Nos chifla el ruido, puestos a elegir entre un local tranquilo y otro en el que haya pachanga, y la gente hable a gritos, está clara la elección. El caso de las discotecas es especialmente curioso. Cómo se comunica esa gente, me pregunto yo. Hablar hablan muchísimo pero no se oyen, ni por supuesto se escuchan. Otro tanto ocurre con esos que van con auriculares a todas partes y cuando les hablan, ni se enteraran. En el ámbito de la política el verbo “escuchar” se conjuga hasta la extenuación “Hay que escuchar al pueblo”. “Yo escucho a todo el mundo”. O, como afirmó Yolanda Díaz antes de embarcarse en el Titanic de Sumar,“He iniciado un período de escucha…”. Asombroso que con tantos padres (y madres) de la patria con la trompetilla puesta para averiguar qué siente y piensa la ciudadanía, ellos vayan por un lado y la vida real por otro. No sé por qué me da a mí que dentro de poco las orejas no servirán más que para llevar pendientes y piercings. Total ¿qué otra utilidad pueden tener en un mundo que nadie oye? Cómo van a oír (y mucho menos escuchar) si el planeta entero está perorando. Predican los políticos, los influencers, los creadores de contenidos, los coachers, los opinadores, los cocineros, los entrenadores personales, los “expertos” mil materias. Hasta el último mono tiene una cuenta en TikTok o en Instagram en la que explica al resto de la humanidad cómo combate el estrés, hace gimnasia o prepara una tortillita de camarones o el mejor modo romper con el novio. Y ustedes dirán: pero esa gente tiene millones de seguidores y por tanto oyentes o escuchantes. Cierto, pero solo para tomar ideas que les permitan perorar a otros tiktokers que a su vez les escucharán brevemente para hacer tres cuartos de lo mismo. En resumen, vivimos en un perpetuo diálogo de sordos y por tanto de besugos. ¿Y qué actitud toma uno en este mundo lleno de bustos parlantes? En mi caso les diré que incluso me divierten. Siempre he sido más una observadora que una participante y me fascina oír –y escuchar– tanto lo que dice un gran científico o un premio Nobel como lo que pontifica un influencer o un telepredicador. Porque, si algo me ha enseñado la vida es que de todos se aprende, incluso de un simple o de un memo, aunque solo sea para saber lo que no se debe hacer o decir. Zenón de Citio (fundador de la escuela estoica para la cual todo conocimiento viene a partir de los sentidos, ojo al dato) sostenía que si tenemos dos orejas y una sola boca es porque conviene escuchar más y hablar menos. Y yo añadiría que de poco sirve escuchar si uno tiene los oídos cerrados a lo que dicen los demás. Porque es verdad que el mundo se parece cada vez más a ese cuento “contado por un loco lleno de ruido y furia” del que hablaba el vate. Pero aun así vale la pena tener los oídos abiertos. Nunca sabe uno cuándo va a oír esa palabra reconfortante esa idea salvadora o ese dato que permite entrever nuevos e inesperados horizontes.
En el fondo se trata de la desconexión inconsciente; realmente, ni vemos, ni escuchamos, ni olemos, ni percibimos, ni saboreamos. Para la corriente eléctrica, la toma de tierra constituye una vía de retorno común. El consciente (el alma), la energía vital, necesita también la conexión con la realidad. No se puede vivir permanentemente concentrado en los propios pensamientos, apartando los sentidos o la mente de la realidad inmediata. El arte de vivir en el presente, experimentando el aquí y el ahora en perfecta armonía con nuestra interioridad y con el entorno, es una de las grandes claves de la salud mental. Todo tiene su tiempo, tiempo para reflexionar, tiempo para actuar. Y siguiendo con el símil de la corriente eléctrica, alterna o continua; la consciencia debe fluir también en dos sentidos. Por un lado, la atención plena, un estado de atención activa y abierta al presente. Por otro, la observación de los pensamientos y sentimientos en consonancia con el Espíritu divino, la fuente de la creatividad. Gracias y saludos,
Fantástica reflexión! Me uno a esa actitud de ser más observadora que participante. Efectivamente se aprende muchísimo, sobre todo a distinguir los memos de los que no lo son. Enhorabuena Srª Posadas y gracias
De muy mala educación, catalogar de memo a una persona, por el simple hecho de expresar una idea o pensamiento. Las personas inteligentes son humildes, no se creen superiores a nadie, y saben escuchar, no criticar sin más, y menos de manera tan superficial. Saludos,
Traslado un apunte sobre el Método 5-4-3-2-1, técnica de autocuidado mental que ayuda a reducir la ansiedad conectando con el momento presente. Consiste en ir activando los cinco sentidos, …
* Nombra cinco cosas que puedas ver: algún detalle u objeto concreto que esté al alcance de tu vista en ese momento.
* Nombra cuatro cosas que puedas escuchar: sonidos que lleguen del exterior o de tu propia casa o edificio.
* Nombra tres cosas que puedas sentir: la ropa en contacto con tu cuerpo, la temperatura del ambiente o la silla sobre la que estás sentado.
* Nombra dos cosas que puedas oler: los aromas del espacio en el que estás.
* Nombra una cosa que puedas saborear: Tómate un pequeño snack, un caramelo, un chicle y centra tu atención en su sabor.
El exceso de información nos impide pensar claramente. Es mejor limitarse a pocos interlocutores. Un saludo