Tontos de calendario
Además de todos los castigos prenavideños que ya existen –espumillón, peces en el río, zambomba, estomagantes y retóricos deseos de buena voluntad etcétera–, he aquí que se añade uno nuevo y aterrador. Me refiero a los llamados calendarios solidarios o, dicho en román paladino, calendarios de personas que se desnudan, según dicen, “solo por una buena causa”. El año pasado, por ejemplo, tuvimos el placer de contemplar los artísticos desnudos de todos los miembros de un programa del corazón; del cuerpo de bomberos al completo; de las amas de casa de aquí y de acullá y de tantos otros que me resulta imposible recordarlos, salvo un calendario insinuante de curas y monjes (guapísimos, por cierto). Este año –y eso que aún estamos en noviembre– ya he tenido ocasión de ver en la tele el de “falleras eróticas” (un horror) y el de “peluqueras sexys por el Tercer Mundo” (otro horror). Yo tenía la esperanza de que la crisis nos salvaría, lo menos, de las tontunas pseudo solidarias que tanto menudeaban en tiempos de bonanza. Me refiero a esas fotos de famosos vestidos de Ralph Lauren dando la papilla a niños enfermos en Sudán y zarandajas por el estilo, pero he aquí que no.
He aquí que llega la Navidad y con la excusa de que “es tiempo de solidaridad” quien más quien menos se busca un fotógrafo de campanillas para que lo inmortalice en bolas por razones tan altruistas como la paz del mundo o la preservación del planeta. Y lo peor de estas estupideces es que los que las llevan a cabo se las creen; ellos piensan que de verdad están haciendo un acto de misericordia. Peor aún, creen que despelotándose van a mejorar la capa de ozono, acabar con el hambre en el mundo o poner fin al calentamiento global. Aunque ahora que lo pienso, tal vez eso no sea realmente lo peor. Más absurdo aún es que quien compra un calendario con Paris Hilton o Ana Obregón enseñando magro crea que está realizando una buena acción. Desde siempre, las personas bien intencionadas que se dedican a recaudar dinero para causas nobles saben que el ser humano es tan contradictorio que, muchas veces, son los peores instintos de las personas y no los mejores los que más fondos logran. La compasión y la caridad hacen que algunos se muestren generosos, pero, según con quién, es más eficaz recurrir a sus defectos, no a sus virtudes. Así ocurre con la vanidad. Es cosa bien sabida, por ejemplo, que son muchos los “samaritanos” que están dispuestos a pagar un verdadero pastón por cubierto en una cena benéfica con tal de codearse con gente importante. También la soberbia es buena recaudadora de fondos, y por eso es muy común que se publiquen los nombres de aquellos que más dinero donan, una forma fácil y muy útil de complacer al interesado dadivoso. Y a la vanidad y a la soberbia ahora por lo visto hay que añadir otra “virtud” que también afloja el bolsillo. Me refiero al exhibicionismo que todos llevamos dentro. Hasta hace poco, tal rasgo se manifestaba de forma más púdica y el figurón de turno se contentaba con verse gratificado con una foto en los periódicos o en las revistas. Pero por su propia esencia, el exhibicionismo busca exhibirse cada vez mas de modo que ahora se manifiesta con un “ropa fuera, que todos me vean en carne mortal, que estoy buenísimo . A tal necedad, como ya hemos visto, se apuntan por igual actores y actrices de renombre, famosos y famosuelos de tres al cuarto, bomberos, falleras, fontaneros, estudiantes y hasta abnegadas e ignotas amas de casa. Yo no me considero pacata y me da igual que la gente se fotografíe en bolas (siempre que el calendario de marras sea mínimamente de buen gusto). Lo que molesta es que, para complacer el afán exhibicionista de sus protagonistas, se utilice como coartada el sufrimiento ajeno. ¿No sería mejor que por respeto a los que los que ahora están pasando serios apuros y dificultades, estos tontainas se fueran (a cuenta de su bolsillo, naturalmente) a triscar por las dunas de una playa nudista allá muy lejos, por Tombuctú más o menos, y nos dejaran al resto del personal tener las Navidades en paz?