Una muerte es una tragedia
Una muerte es una tragedia, un millón de muertes solo es estadística. La frase, atribuida al artífice de las grandes purgas soviéticas, Iósif Stalin (de veinte a cuarenta millones de víctimas sobre sus espaldas, según se haga la cuenta), es más cierta que nunca hoy en un mundo donde las tragedias, las injusticias y los escándalos tienen fecha de caducidad como los yogures. Esta semana quiero hablarles de una tragedia, una injusticia y un escándalo que, como en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, no solo espera en vano las migajas de nuestra compasión, sino que la vemos (casi) a diario sin que nos demos por aludidos ni mucho menos pensemos en acudir en su ayuda. Me refiero a la trata de personas, y en especial de mujeres con fines de explotación sexual y laboral, un negocio, por cierto, que solo en España genera cinco millones de euros al día. Siguiendo el tan cínico como certero comentario del camarada Stalin, no voy hablarles de cifras. No haré hincapié por tanto en que cuatro millones y medio de mujeres son víctimas de ella cada año ni tampoco en que tan lucrativa “industria” mueve en el mundo treinta y dos mil millones de dólares al año y es el segundo negocio ilegal más importante después del tráfico de armas y por delante del de drogas. Tampoco les hablaré de que si la trata de personas ha superado al tráfico de drogas es porque, a diferencia de este, el traslado del “producto” desde el lugar de origen al de disfrute tiene coste cero, puesto que corre a cargo de las propias víctimas. En efecto, engañadas con falsas promesas y quimeras, son ellas mismas quienes pagan su viaje y todos los gastos. Pero basta de cifras, aunque son harto elocuentes. Tampoco quiero recurrir a gráficos ni estadísticas sino hablarles de mi amiga Yanira. Yanira es paraguaya, tiene ahora veintidós años, y con apenas diecisiete respondió a un anuncio de un periódico de su ciudad natal de Concepción. La oferta que le hizo La Señora no podía ser más atrayente. Viajar a España con todos los permisos para trabajar en una peluquería de moda. La Señora –amiga de una amiga de su tía– explicó a Yanira y a su madre que la oferta laboral tenía su lógico precio. “Una bagatela realmente. Solo se le cobrará el billete de avión, otra cantidad similar para cubrir los gastos de inmigración en la Comunidad Europea y por supuesto la puesta a punto”. “¿Puesta a punto?” –preguntaron madre e hija–. “Sí queridas mías” –continuó perorando La Señora–. “Invertiremos unos buenos dólares en peluquería, maquillaje y en el vestuario adecuado para hacer pasar a Yanira por una turista de posibles. El precio total es de unos cuatro o cinco mil dólares, nada ella no pueda pagar en cómodos plazos con su trabajo en España”. El resto de la historia se la pueden figurar ustedes. Yanira acabó en uno de los muchos puticlubes que, a la vista de todos, y a pesar de que sabemos de sobra lo que pasa ahí dentro, encienden diariamente sus neones de colores en multitud de carreteras españolas. Al llegar a España se le informó que la deuda que había contraído tenía unos intereses del 480 por ciento (sic) por lo que debía aceptar las “condiciones de trabajo” de la organización para pagarla. Se le recalcó que era una inmigrante ilegal y por tanto buscada por la policía, y que cualquier intento de fuga o rebeldía podría redundar en represalias contra su familia en Paraguay. Yanira, que me ha contado su historia, es en realidad una afortunada. Al menos ella no tiene que pagar ni la mitad de los “gastos extra” que se les exigen a sus colegas que trabajan en la calle. A las chicas que ejercen la prostitución en los polígonos se les cobra por todo, la comida, las medicinas, los preservativos, la ropa y hasta la madera de las hogueras que han de encender para calentarse mientras exhiben sus desnudos cuerpos. ¿Quieren conocer las tarifas de la prostitución low cost? Veinte servicios a veinte euros cada uno es la media de producción por noche. Y una vez más están ahí, a la vista de todos sin que nadie haga nada. ¿Por qué? ¿Por qué esa connivencia de las autoridades, de los clientes y de la sociedad en general con los explotadores, con los delincuentes? Yanira tiene una explicación filosófica al respecto. “El oficio más viejo del mundo no es la prostitución” –dice ella–, “el realmente ancestral es mirar para otro lado”.
Estupendo artículo Carmen. Desde luego, completamente de acuerdo con tu exposición y final reflexión. Realmente no existe calificativo que abarque tanto desprecio y abuso por el ser humano. Es tristísimo. Y como muy bien dices NADIE hace nada. Un saludo,
Sin comentarios…
Farsante esa frase no la dijo Stalin, caso contrario has cita e la fuente documental o audiovisual.