Vuelta a la tribu

En el último campeonato del mundo de rugby se produjo una circunstancia que los medios de comunicación recogieron con una sonrisa. El equipo de la muy civilizada Inglaterra, aburrido de que los neozelandeses tuvieran “ventaja psicológica” sobre ellos por realizar antes de los partidos su famosa (y aterradora) danza maorí, decidió inventase su propia danza guerrera, la hakarena, una mezcla de gritos y aullidos acompañados de una coreografía inspirada en Macarena, de Los del Río. Dirán ustedes que la cosa iba de broma. Pero no. Los neozelandeses aseguran que su haka cumple la doble y mágica función de arengar a los suyos y amedrentar al contrario, lo que les llevará a proclamarse, salvo sorpresa mayúscula campeones del mundo por segunda vez consecutiva. También los aficionados al fútbol parecen haber descubierto las virtudes de los ritos ancestrales. Cada vez es más frecuente ver en las canchas lo que los propios tifosi llaman pinturas de guerra, a las que se suman por igual jóvenes y viejos, mujeres, y por supuesto niños. Los que hemos nacido a mediados del siglo anterior y nos pasábamos la vida tratando de adivinar cómo sería el siglo XXI, lo último que podríamos imaginar es que a los habitantes del nuevo milenio les daría por las pinturas de guerra y las danzas rituales, pero ya ven. Como dicen los franceses, Plus ça change, plus c’est la même chose; cuanto más cambian las cosas, más se parecen a lo anterior. El asunto no tendría mayor trascendencia si no fuera por otras manifestaciones tribales menos pacíficas que también se ven por ahí, como los llamados ritos de pasaje. En prácticamente todas las culturas estos sirven para marcar el fin de una etapa y el comienzo de otra, el tránsito de la infancia a la adolescencia, por ejemplo, o de la doncellez al matrimonio. A medida que el mundo evoluciona, dichos ritos se han convertido en puramente retóricos, como las ceremonias y/o sacramentos con los que las distintas religiones marcan el paso de un estado a otro. Todo muy bien, todo muy civilizado, como corresponde a nuestro alto grado de evolución. Curiosamente, sin embargo, el comienzo del siglo XXI ha visto reverdecer algunos de estos ancestrales ritos de pasaje, a veces de forma chusca, otras no tanto. Es el caso de las despedidas de soltero, por ejemplo. Como la gente quiere echarle imaginación al asunto, ya no se va de farra o al estriptis de turno. Ahora hay que disfrazar al novio de pollo, vendarle los ojos y embarcarlo en un avión con rumbo desconocido. O que las amigas de la novia la aten a un árbol en plena Gran Vía con un cartel que diga “Soy puta, bésame” (sic). Caso aparte, y en nada comparable a todo lo anterior, son las novatadas. Lo que algunos colegios mayores y universidades consideran “bromas inocentes para la integración” incluyen humillaciones que van desde emborrachar a un novato hasta que vomite y obligar a otro a que se coma su vómito (sic, también) o lavarle los dientes con la escobilla del retrete. Y por supuesto todo ello protegido por esa santa omertá que encubre siempre a los miserables, so pena de que el grupo diga que “Eres un capullo y no sabes enrollarte como los demás”. Pienso que lo peor que puede pasar en una sociedad es que nos hagamos cómplices de silencios de esta clase y por eso me gustaría apuntar que, a través de la plataforma Change.org, están reclamándose de la administración medidas tan elementales como que se instale un teléfono de información y orientación a las víctimas, protocolos de denuncia con garantía de confidencialidad, o la devolución íntegra del dinero por parte de las universidad en caso de que se abandone el centro por un acoso de este tipo. Parece mentira que a estas alturas todavía se vivan situaciones que remiten a la Inglaterra de Dickens o, peor aún, a una especie de vuelta a la tribu como la que retrataba William Golding en su famoso El señor de las moscas. Pero conviene no olvidar que, como decía Golding, el salvaje que fuimos está aún ahí. Se necesitan siglos de cultura para adormecerle y solo segundos para que despierte.

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5 Respuestas

  1. Paloma Ivars dice:

    Muy interesante su articulo Parece mentira que con todos los inventos y adelantos tecnologicos cada vez vamos a peor Increible pero cierto mas violencia mas falsedad mas avaricia …… Muchas gracias Un cordial saludo

  2. gerardo alberto posadas espinosa dice:

    Un tema es muy interesante, que bueno que se aborde con la valentía y claridad de Carmen. La tribu esta latente en la sociedad,como una amenaza presente y de manera contemplativa, no le ponemos límites.

  3. p dice:

    tonto el último

  4. Alma Salinas dice:

    Qué pena… A un primo al llegar a la universidad, le decoloraron el cabello! Le bañaron el cuerpo de chapopote y le colagaron una cadena de perro para que un «dueño» lo llevase a pasear. Creo que después de las cosas que vemos a diario lo menos es quedarte sin cabellera…

  5. ramona dice:

    Carmen, un tema muy actual… En Portugal, mi país adoptivo a eses ritos universitarios se le llama praxe y hay un caso (por solo nombrar uno) que se llevaron a los iniciados, de noche, atados unos a otros y le obligaron a bañarse en el mar… Con el resultado de que todos se ahogaron y «milagrosamente» el organizador se salvó… No hubo culpados y la universidad niega responsabilidades por permitir tales atrocidades… Creo que estamos como el cangrejo, caminando para atrás!!!

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