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Y sin embargo te quiero

Les propongo un truco infalible para saber si una persona ama a otra: pedirle que enumere las razones por las que la ama. Si lo que recitita es una lista de virtudes encomiables como que es una buena persona, considerada, sincera, inteligente, trabajadora, solidaria, amante de los animales, etcétera, malo, malo. En cambio si responde algo estúpido y/o irracional del tipo: lo quiero porque tiene los ojos más verdes del mundo, me encantan sus manos tan fuertes, o adoro ese lunar que tiene, cielito lindo, junto a la boca, bingo, esa persona está enamorada. Parece una boutade pero no lo es en absoluto. Ya puede ser uno un cruce perfecto entre Einstein y san Francisco de Asís o la mezcla ideal de Audrey Hepburn con Teresa de Ávila que no hay nada que hacer, ganan siempre los ojos verdes, y ese lunar; sobre todo ese lunar… ¿Quiere esto decir que somos rehenes de quien sabe qué espíritu burlón que se divierte emparejándonos con personas cuyo mayor mérito es este o aquel atributo físico, bastante banal, además? A lo largo de la historia, el ser humano ha interpretado el fenómeno del enamoramiento de forma diferente. Hasta no hace mucho se creía debido a factores exógenos. Los humanos éramos víctimas de un dios ciego que ensartaba con sus flechas a dos personas que no tenían nada que ver la una con la otra. Mutatis mutandis esta es la interpretación que hacen Dante, Shakespeare o Stendhal. En la actualidad, en cambio, la explicación se busca dentro de nosotros, en nuestra parte más animal, digamos. Se dice que la elección amorosa puede parecer absurda, caprichosa e incluso ridícula, pero responde sin embargo a necesidades ancestrales de uno y otro sexo. Así, ellos buscan la hembra que parece más fértil y nosotras el macho que mejor prole pueda engendrar. Siempre según los estudiosos de este fenómeno, una mandíbula cuadrada en el hombre o unas caderas anchas en la mujer son atributos que buscamos (y valoramos) de forma inconsciente. Visto el panorama uno piensa: vale, de acuerdo, está muy bien que la madre Naturaleza lo tenga todo previsto para la mejora y perpetuación de la especie. Pero yo soy un ser racional y para pasar la vida junto a otra persona debería ponderar otros valores más útiles para la convivencia que una mandíbula cuadrada o unos ojos verdes. ¿Dónde entra en todo esto el sentido común, la inteligencia, el raciocinio? Pues entra, creo yo, en que uno sepa que existe esa atracción irracional y haga un esfuerzo para añadir a la elección otros factores o cualidades que permanezcan cuando se nos pase ese estado de “estupidez transitoria” que es como Ortega y Gasset llamaba al enamoramiento. Y es que el amor es el verdadero loco de la casa y uno no ama a alguien por sus virtudes, sino siempre a pesar de sus defectos. Igualito que aquella canción de la Piquer Y sin embargo te quiero: “Me lo dijeron mil veces mas yo nunca quise poner atención, cuando vinieron los llantos, ya estabas muy dentro de mi corazón”. ¿De veras no hay nada que uno pueda hacer para evitar enamorarse de quien ya sabe que es la persona equivocada? El mayor problema, creo yo, es que la gente piensa que usar la cabeza en temas sentimentales equivale a convertirse en una persona calculadora, cerebral, insensible. Se considera más guay dejarse llevar por el corazón, una víscera que tiene muchos más fans que el cerebro. Yo no digo que se prescinda de los sentimientos (además sería imposible hacerlo) pero no creo que sea buena idea perder del todo la cabeza. Seamos sinceros, por mucho estado de estupidez transitoria en el que esté uno inmerso, siempre sabemos cómo es en realidad la persona de la que nos enamoramos. Otra cosa es que nos empeñemos en no verlo, como en la canción de marras. ¿De veras alguien quiere que su vida sea una copla o, peor aún, un bolero? Serán super románticos para cantarlos y echar un par de lagrimones, pero para vivirlos, qué quieren que les diga, mejor rumba o chachachá.

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