«Yo no he hecho otra cosa en mi vida que espiar». Carmen Posadas presenta su nueva novela “Licencia para espiar”
Se reconoce antropológicamente vaga, a Carmen Posadas no le gusta escribir. Se mantiene en forma cada mañana realizando una tabla de gimnasia de veinte minutos, antes de sentarse delante del ordenador, mirando a una pared en blanco para no distraerse. Así ha escrito Licencia para espiar (Editorial Espasa), la novela que sale a la venta esta semana. En ella, el lector descubrirá que las murallas de Jericó cayeron gracias a una espía llamada Rahab la Larga; que fue una juglaresa, la Balteira, la que propició la reconquista de Córdoba y Málaga; o que la Santa Inquisición fue la primera agencia internacional de espionaje. Posadas aborda la historia con ojos de mujer… de las más intrépidas mujeres.
XLSemanal. Dice que, cuando escribe, lo pasa fatal y, cuando no escribe, lo pasa peor.
Carmen Posadas. ¡Exacto! Siempre he sido bastante sufridora. Hay escritores que, cuando terminan una novela, se sienten vacíos. Yo me pongo ‘tan’ contenta…
XL. ¡Y se va de copas!
C.P. De copas y de lo que sea [ríe]. Me siento liberada y feliz.
XL. Licencia para espiar no es una novela histórica ni un libro de relatos ni un ensayo… pero es una mezcla de todos estos géneros.
C.P. Sí; incluso con una parte muy personal, porque yo siempre me consideré una espía. Era una niña extratímida, que tartamudeaba y se tiraba encima la coca-cola cuando alguien le hablaba…
XL. ¡Carmen, por Dios! Ya nos ha contado que era tímida, gorda, con pelos por todas partes, que la llamaban ‘la madre abadesa’… Pero no hay quien se lo crea.
C.P. ¡Todo eso es verdad! Lo tengo muy calculado: todo lo que he conseguido en la vida se lo debo a mis defectos, no a mis virtudes. Luego, como ocurre siempre, la moneda tiene dos caras y, cuando te sale una frase redonda, sientes que tocas el cielo con las manos. Pero eso dura un ratito nada más, después vuelvo a picar piedra.
XL. Solo fue un mes a la universidad y ahora es doctora honoris causa y consejera de algunas de ellas.
C.P. Tengo una biografía bastante atípica, sí; pero soy un poco producto de las mujeres de mi generación. Tengo 69 años y en mi época la mujer lo que quería era casarse, tener hijos y ser la mejor haciendo tartas.
XL. ¿Querían casarse con 19 años?
C.P. Bueno, eso no: lo mío fue un infanticidio [risas]. Y lo de hacer tartas me duró poco.
XL. Cuenta que siempre ha vivido en casas con grandes escaleras desde las que cotillear lo que pasaba en el salón de abajo sin ser vista.
C.P. De ahí mi vocación de espía, porque escuchar detrás de una puerta no es lo mismo y te pueden pillar. Espiando desde arriba a los mayores te sentías como Dios Todopoderoso al observar el teatro que se representaba abajo. Yo no he hecho otra cosa en mi vida que espiar.
XL. Conoce bien Rusia porque vivió allí varios años…
C.P. Rusia es un país fascinante. Recuerdo que mi madre iba arrastrada y lo último que quería era acabar en la Embajada rusa. Pero todo el mundo que va regresa fascinado porque los rusos son capaces de todo lo peor y de todo lo mejor. Viven muy apasionadamente todo; miraras donde miraras, todo era Tolstói y Dostoyevski. No me extraña que tengan esos escritores tan importantes porque no tienes más que abrir los ojos y la novela se escribe sola.
XL. En estos momentos está mostrando su peor cara.
C.P. Desde luego; Putin, mal que nos pese, es un ejemplo perfecto de lo que son los rusos. Por eso ha sabido mantenerse, además de porque no tiene escrúpulos y es capaz de asesinar a quien haga falta, porque conecta muy bien con el alma rusa.
XL. Casi todas las espías de su libro utilizaban el sexo para sacar información. ‘Golondrinas de miel’ las llama.
C.P. Por decirlo suave, sí [ríe]. Los rusos las entrenaban con la misión de separar a los embajadores de sus mujeres.
XL. Cuenta que hoy las ‘trampas de miel’ están detrás del 71 por ciento de los casos de espionaje descubiertos en Estados Unidos.
C.P. Es cierto y no solo se trata de espionaje político, también industrial. China es un país muy activo en este sentido: los chinos tienen ‘cogidos por el lado sensible’ a muchos altos ejecutivos y personas importantes de Estados Unidos.
XL. En Alemania, en cambio, los Romeos seducían a tristes secretarias ya de cierta edad.
C.P. Eso me ha dado mucha pena porque es un sistema muy perverso: en vez de espiar a la persona importante, camelaban a esa pobre mujer prometiéndole el oro y el moro. Y luego, si descubrían que había dado alguna información, además de sentirse traicionada por ese Romeo que no era otra cosa que un miembro de la Stasi, iba a la cárcel.
XL. Para crueldad, las escuelas de ‘doncellas venenosas’.
C.P. Eso sucedía en la India. Escogían a niñas de 7 u 8 años de familias rurales pobres, prometían a sus padres que las iban a educar y dar trabajo y las envenenaban lentamente, aumentando la dosis letal según la iban asimilando, hasta hacerlas inmunes. Muchas perdían el pelo, los dientes… y otras morían.
XL. Y las que sobrevivían se convertían en bombas letales.
C.P. Sí; sus fluidos corporales eran una auténtica bomba, podían llegar a matar solo con un beso. En aquella época, las mujeres indias eran prácticamente analfabetas y en esas escuelas, además de técnicas de seducción, les enseñaban escritura, lectura, música… hasta convertirlas en geishas entrenadas para matar.
XL. Cuenta que el silencio y el fingimiento eran asignaturas imprescindibles en su formación.
C.P. Sí; porque, primero, les enseñaban todas esas artes y, después, a ocultarlas y disimular. Era importante que supieran varios idiomas, por ejemplo, para enterarse de todo sin que nadie sospechase que estaban registrando las conversaciones.
XL. Por cierto, ¿de dónde se ha sacado que una de las diversiones preferidas de Felipe II era jugar a pedrada limpia con sus amigos?
C.P. ¡Jajaja! Eso es textual, no me he inventado nada. Felipe II jugaba a pegarse cantazos con otros niños y así se iban curtiendo.
XL. Durante años, usted también vivió en Londres y asegura que Buckingham Palace huele a repollo hervido.
C.P. ¡Jajaja! Es que papá tenía obsesión con que la puerta de la cocina estuviese siempre cerrada y le decía a mamá que la Embajada no podía oler a fonda. Entonces fuimos a una recepción a Buckingham y, sorprendentemente, el palacio olía a repollo o coles de Bruselas, que son más elegantes y huelen igual [ríe].
XL. ¿Qué más recuerda de aquella recepción?
C.P. Que todo estaba preparado al milímetro. Un día antes aparece una señora en tu casa para explicarte cómo es el protocolo. Nos dijeron que teníamos que vestir de largo, pero no de negro porque la reina podía pensar que estás de luto y darte el pésame [ríe].
XL. ¿Habló con ella?
C.P. Sí, un instante. En las recepciones en España, la familia real se coloca en fila y son los invitados los que circulan para saludar. Allí es al revés: los invitados esperan en fila a la familia real británica y ellos son los que se acercan a ti. Lo más curioso es que todos nos dijeron lo mismo a cada uno de nosotros: la reina, el duque de Edimburgo, los príncipes Carlos y Diana… «¿Cómo está? ¿Le ha gustado Londres?». No gastan una sola neurona en hacerte una pregunta diferente.
XL. ¿Cree que Carlos III será tan respetado como su madre?
C.P. No; la reina supo mantenerse muy distante y muy cercana a la vez, y eso es muy difícil que un rey lo consiga. Los ritos y los símbolos son importantísimos, si le quitas la corona y el manto de armiño ya no es un rey. Hemos estado diez días viendo la solemnidad del entierro de la reina Isabel II mientras Carlos metía estrepitosamente la pata dos veces. No ha podido ser más torpe demostrando que es un niño malcriado y maleducado. No puedes estar toda tu vida preparándote para ser rey y, a la primera de cambio y delante del mundo entero, te comportas como un déspota. Carlos lo va a tener muy difícil.
XL. Para terminar, va a cumplir 70 años, ¿impone el cambio de década?
C.P. ¡Uy! Estoy aterrada. Cuando era pequeña, decía que quería morirme a los 30 años porque creía que nada interesante me podía pasar a partir de esa edad. Lo he retrasado un poco, pero no tengo ningún interés en ser una viejita encantadora. No me interesan nada el tacataca ni los pañales.
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